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segunda-feira, abril 13, 2015

Perro Fernando - Eduardo Galeano

En 1963, murió Fernando.
Él era un libre. Era de todos, y de nadie era.
Cuando se aburría de correr gatos en las plazas, se echaba a callejear con sus amigos cantores y guitarreros, y con ellos rumbeaba hacia la música, sonara donde sonara, de fiesta en fiesta.
En los conciertos, era infaltable. Crítico de fino oído, sacudía el rabo si le gustaba lo que oía. Si no, gruñía.
Cuando lo capturó la perrera, una pueblada lo liberó. Cuando lo pisó un auto, el mejor médico lo atendió, y en su consultorio lo internó.
Sus pecados carnales, cometidos en plena vía pública, solían ser castigados con pateaduras que lo dejaban maltrecho, y entonces las brigadas infantiles del club Progreso le prodigaban cuidados intensivos.
En su ciudad, Resistencia, en el Chaco argentino, hay tres estatuas de Fernando.

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